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Lafcadio Hearn 1

Lafcadio Hearn 1 Lafcadio Hearn vino al mundo el 27 de junio de 1850 en la isla jónica de Léucada, y murió en Tokio el 26 de septiembre de 1904.

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Lafcadio Hearn (Leucade, Grecia, 1850-okubo, japón, 1904) se educó en Irlanda, Inglaterra y Francia, fue periodista en diversos diarios y revistas estadounidenses y durante dos años fue corresponsal en la Martinica. A raíz de su estancia publicó Two Years in the French West Indies (1890). Viajó a Japón, donde abandonó el periodismo para dedicarse a la docencia universitaria. En 1896 adoptó la nacionalidad japonesa, tras su matrimonio con la hija de un samurái, y la última etapa de su obra está ligada al afán de comprender la sensibilidad y la cultura de este país. Escribió doce volúmenes sobre Japón y Extremo Oriente, entre los que destacan sus versiones de los kwaidan o cuentos fantásticos japoneses, recogidos de fuentes orales o textos antiguos y vertidos en una estilizada prosa inglesa.

incomparable las muchas personas a las que no les ha sido dado conocer Japón, las que recurren a las pinturas para saciar su callada y nostálgica curiosidad, y que sostienen en sus manos las preciosas delicadezas del arte japonés para construirse, sobre tan vacilante armazón de hechos, un sueño colorista del país lejano. Lo que Hearn nos ha contado del Japón tal vez no sea toda la importante sustancia de los hechos en la rígida cadena de los datos estadísticos, sino el fulgor que irradia de los mismos, la belleza que tiembla de un modo incorpóreo sobre cada realidad cotidiana, como el perfume de la flor que aun perteneciéndole y estando ligado a su existencia, se libera de la misma y se expande hasta el infinito.» Stefan Zweig.

Una rigurosa y cuidada selección de los relatos de viaje de Lafcadio Hearn de la mano de José Manuel de Prada Samper que, según sus propias palabras, pretende recoger “los textos en que Lafcadio Hearn refiere en primera persona sus encuentros con lugares y personas de Japón. Son, pues, en cierto modo, ‘relatos de viaje'”. Así, Prada Samper realiza un excelente trabajo al combinar los textos que conforman ‘Recorridos', la primera parte del libro, con los que narran los encuentros con vecinos y amigos, recogidos en ‘Encuentros'. Traducir a Hearn ha tenido que ser, sin duda alguna, una ardua tarea por la que de Prada Samper merece todo nuestro respeto como traductor y un cordial agradecimiento por poner en manos del público hispanohablante esta perla de la literatura que, además, nos acerca un poquito más al Japón al que ya ninguno de nosotros podrá viajar más que en los libros: el Japón de hace 100 años.
Argumento
Puesto que se trata de un compendio de historias, no podemos hablar de un argumento único; si bien la división por secciones resulta muy reveladora del tipo de historias que encontraremos en la obra.

‘Recorridos' narra las primeras impresiones de Hearn al aterrizar en tierras niponas, aunque él mismo reconoce y lamenta no haber podido dedicarse a plasmarlas al momento, con la consiguiente pérdida de detalle y frescura que eso conlleva. Al leerlas, en cambio, nadie diría que eso fue así, lo cual revela una vez más que Hearn era un observador nato que tomaba rigurosas notas y era capaz de reproducir todo lo que sus sentidos (no sólo la vista, sino también el olfato y el oído) percibían. En esta sección Hearn nos regala deliciosas descripciones de los sonidos arquetípicos de la naturaleza japonesa y un conjunto de primeras impresiones con las que, en muchas ocasiones, nos sentimos identificados. ‘Yo pensé lo mismo al llegar' es un pensamiento que asalta frecuentemente al lector que ha aterrizado alguna vez en Japón.

‘Encuentros' nos narra las impresiones a través de lo que escucha y observa en sus vecinos y contemporáneos. Nos habla de la gente de una época en la que Japón no estaba acostumbrado a la presencia de extranjeros; de la gente del pueblo, de sus costumbres, leyendas y supersticiones.

En ‘Observaciones', un Hearn cada vez más crítico empieza a descubrir los aspectos menos agradables de la sociedad nipona, esas cosas que sólo se descubren con el tiempo y la experiencia de día a día. Si bien su fascinación por Japón se mantiene intacta, empieza a aflorar en él y en sus escritos una cierta impaciencia y una crítica más ácida respecto a algunos aspectos del país que le ha acogido. Hearn, en este punto, describe algunas contradicciones de la sociedad de la época. Su espíritu crítico vuela más libre todavía en la intimidad de las cartas que escribe a sus compañeros, algunas de las cuales se recogen al final del compendio.

Punto fuerte
Lafcadio Hearn ha dejado un legado incomparable: sólo a través de sus obras podemos viajar por un Japón que jamás, por nuestro propio pie, podremos recorrer. Hearn viajaba en jinrikisha (carro de pasajeros tirado por un humano) en una época en la que un extranjero suscitaba una mezcla de curiosidad y veneración; una época en la que en los templos no se pagaba entrada (se ofrecían donaciones), y en la que no existía la pugna entre modernidad y tradición que observamos en cada rincón del país en nuestros días.

A sus observaciones se suma un rigor documental exquisito que le confiere consistencia a la obra. En sus páginas, los que hemos estado en Japón encontramos experiencias paralelas que nos harán, en cierto modo, ‘cómplices' o ‘compañeros de viaje': ‘Todo el mundo te mira con curiosidad; sin embargo, nunca hay nada desagradable, y mucho menos hostil, en su mirada: lo más frecuente es que vaya acompañada de una sonrisa o un esbozo de sonrisa'.

Sin embargo, Hearn ofrece también información nueva, fruto de su inagotable curiosidad que le llevaba a interrogar exhaustivamente a sus guías y acompañantes. En su Fuji no yama , por ejemplo, el autor parte de un proverbio japonés ‘Visto de cerca, el monte Fuji no está a la altura de nuestras expectativas', y se detiene a contarnos, a continuación, el porqué de la veneración de esta montaña según cada una de las tradiciones religiosas del país. Así, uno no puede evitar sentir que esta lectura, además de ayudarle a explorar el Japón del siglo pasado, le descubre aspectos de la tierra y sus gentes de los que, hasta la fecha, no tenía conocimiento.

Punto débil
La pasión por el detalle de Hearn, que para algunos puede resultar deliciosa y absorbente, puede hacérsele tediosa al lector que necesite acción continuada para mantener el interés en la lectura. Como observador, Hearn se detiene en puntos en los que nosotros nos detendríamos también, pero a veces lo hace en aspectos que pueden parecernos de lo más intrascendentes.

Asimismo en sus críticas descubrimos la amargura de un Hearn que no puede concebir la idea de que algo del país que lo acoge no pueda gustarle; un explorador que se enamoró de Japón y que luego lamenta el desencanto . Cualquier intento de exploración nos llevará a descubrir aspectos agradables y desagradables del entorno que, mirado desde una perspectiva más pragmática (tal vez menos literaria) no son ni tan dignos de ensalzamiento ni tan merecedores de escarnio como, en un principio, nos pueden parecer. El descubrimiento de la realidad desnuda es, al fin y al cabo, el objetivo último de la exploración. Pero el ser humano es un observador que, por mucho que se esfuerce, jamás logrará ser objetivo: y si lo fuera, además, sus memorias no podrían ser consideradas literatura.

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Argumento
Kwaidan es un conjunto de historias sobrenaturales, la mayoría tomadas de viejos libros japoneses como el Yasō-Kidan, el Bukkyō-Hyakkwa, el Tama-Sudare o el Hyaku Monogatari, y otros de origen chino, que Lafcadio Hearn escribió, con toda la subjetividad, añadiduras y colores con los que le fueron narradas por el japonés que se las contaba. Las historias, en su mayoría, giran en torno a elementos sobrenaturales, espíritus de los difuntos que se comunican con los vivos de formas misteriosas y supersticiones relacionadas con la tradición budista. Al final, Hearn añade tres disertaciones sobre las mariposas, los mosquitos y las hormigas, que guardan una dudosa relación con el resto del libro. Dudoso es también el interés que estas tres historias pueden despertar en el lector que ha adquirido la obra en busca de la fantasía y misterio de la primera parte.

Entre las historias que Hearn nos cuenta destaca la inquietante Yuki onna (La mujer de la nieve) o Mimi nashi Hōichi (Hōichi, el desorejado), la historia de un monje budista ciego que toca su instrumento para los muertos de un cementerio, la sorprendente Oshidori, y la romántica Aoyagi. Hearn no es el único que ha hecho versiones de estas historias como estas (Yuki onna, por ejemplo, es la base de un delicioso manga de volumen único de las CLAMP); y de cuatro de sus historias Kuro kami, Yuki onna, Mimi nashi Hōichi y Chawan no naka, el director Masaki Kobayashi decidió filmar en 1964 una película galardonada con el Premio Especial del Jurado en Cannes al año siguiente y nominada al Oscar como mejor película de habla no inglesa: Kwaidan.

Punto fuerte
Sin duda, entrarían en esta categoría la habilidad narradora de Hearn, que asume aquí el papel de cuenta cuentos, y el hecho de que no se esfuerce en ajustar las historias a patrones similares entre sí en cuanto a extensión y formato que traicionarían el original. Hearn logra preservar toda la fuerza de la tradición contenida en cada una de estas joyas que la sociedad nipona ha conservado de generación en generación; del uso de las palabras se desprende el afán de descubrimiento del propio Hearn y su voluntad de compartir sus hallazgos en esas tierras lejanas que fascinaban al resto del mundo occidental.

En cuanto a las disertaciones del final (en especial Hormigas), si bien no guardan relación con el resto de las historias, constituyen lecturas indudablemente entretenidas a través de las cuales el lector descubre la infinita capacidad de observación de este etnólogo nato.

Punto débil
Nada que decir de este compendio de leyendas y mitos t an magistralmente transcritos; es indudable el esfuerzo de Hearn por mantener la objetividad. Tanto, que a veces el lector echa de menos algún comentario personal suyo, qué historia le impactó, qué historia le causó escalofríos, etc.

En Mariposas y Mosquitos, Hearn se va por las ramas en lo que parece un afán de publicar algo en el lugar equivocado; y si bien Hormigas resulta de lo más entretenido y descubre una nueva forma de pensar en estos animales, los otros dos parecen no haber encontrado ese genial equilibrio entre la frescura narrativa, la originalidad de las reflexiones y la rigurosidad documental que caracteriza las obras de este grande de la literatura.

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El ROMANCE DE LA VÍA LÁCTEA
(The Romance of the Milky Way)
de Lafcadio Hearn
168 páginas - Ed. 2004
ISBN: 84-95764-25-3
PVP: 12,50 € con IVA

Traducción: Pablo Inestal y José Antonio Bravo

El gran dios del Firmamento tuvo una preciosa hija, Tanabata-Tsumé, que pasaba los días tejiendo vestidos para su augusto padre. Este trabajo le producía gran encanto, y pensaba que, en el universo, el mayor placer que existía era tejer...

Pero una vez, al sentarse delante del telar a la puerta de su celestial morada, vio a un bello joven campesino que, conduciendo a un buey, daba por allí, y se enamoró de él. Y sucedió que el augusto padre de Tanabata adivinó el secreto de su hija y le dio por marido al bello joven campesino.

Los amantes recién casados se posesionaron tanto uno de otro, que descuidaron sus deberes hacia el gran dios del Firmamento. Ya no volvió a oírse el zumbido de la lanzadera, y el buey, abandonado, erraba tristemente por las llanuras del cielo. Esto disgustó al gran dios, que desunió a la pareja. Fueron condenados a vivir lejos uno de otro, con el Río Celestial por medio; sólo les sería permitido reunirse una vez al año: la noche séptima del séptimo mes.

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"Desde muy chico sentí una gran admiración por el Oriente y mi sentimiento
volaba hacia al Japón a través de Lafcadio Hearn"
Jorge L. Borges

Los investigadores humanistas que, inspirados en el positivismo del XIX, pretenden estudiar una cultura diferente de la propia con actitud "científica", buscan la descripción mas "objetiva" posible de dicha cultura y huyen como del diablo de aquellos factores subjetivos de perturbación que podrían amenazar la validez de sus estudios.

Intentan "observar sin interferencias" y luego integran sus observaciones en algún esquema de interpretación. Se plantean severas exigencias de método y también revisan cada tanto sus grandes teorías. Consecuentes con su búsqueda de objetividad y coherencia teórica, esos investigadores de postura "científica" quieren evitar que factores contingentes y motivaciones individuales se involucren en el curso de sus estudios.

Este tipo de antropología rechaza de plano actitudes a las que califica de "románticas", y nunca aceptaría que cosas como el amor erótico, el asombro, la fascinación estética por lo diferente, la pasión y el misticismo, sean auténticas vías de investigación cultural.

Pues bien, nuestra propia postura "epistemológica", la que nos anima a presentar a Lafcadio Hearn, es diametralmente opuesta a todo eso: decimos que no se puede conocer profundamente otra cultura -obsérvese que hablamos de conocer en 'profunidad' y no con 'objetividad'- si no se la ama. Y como colorario: para investigar profundamente esa realidad amada hay que permitir el juego de todo eso que más arriba llamamos "factores contingentes y motivaciones individuales".

Justamente, la vida y los escritos de Lafcadio Hearn estuvieron marcados por esa pasión, esa fascinación estética, esa atracción erótica y ese misticismo, que la ciencia no logra encajar bien en sus laboriosas taxonomías y teorías generales.

Hearn fue ante todo un enamorado de esos pueblos y culturas diferentes a la suya propia. Fue un enamorado de la literatura francesa, un enamorado de la cultura latina y negra de Nueva Orleans, un enamorado del Asia y muy especialmente un enamorado del Japón.

Leer sus escritos sobre el Japón -pues ese es nuestro objetivo central- es leer el "diario" de un hombre que sin dejar de ser extraño a ese mundo al que se acercaba, se mezclaba con él; convivía con su gente, hurgaba en sus intimidades, y buscaba comprenderlo desde dentro.

Hearn vivió el Japón con todo su cuerpo y toda su mente. No pudo ni quiso describir "objetivamente" al Japón sino auscultar su alma, su corazón, su kokoro como tituló a uno de sus más bellos libros de entre los doce que dedicó al tema.

El Japón que Hearn nos deja entrever en sus libros no es el de la antropología académica, ni el de las estadísticas comparativas, ni se deja interpretar cabalmente de acuerdo a los ejes de pensamiento sociológicos de Occidente. Pero tampoco es sólo "literatura" como se ha dicho; no si por literatura se entiende pura ficción.

Pues Hearn no era sólo un escritor de literatura (también escribió y tradujo ficción), era también un intelectual brillante que sabía combinar la inteligencia con la sensibilidad de un modo muy personal. En sus escritos hay pintura de caracteres, descripción de costumbres, documentación mitológica y folklórica, y también lúcidos análisis de carácter social y filosófico muchas veces más penetrantes que los de los especialistas en esas áreas. Por poner sólo un ejemplo: sus análisis y comprensión de las paradojas y problemas filosóficos implicados en la teoría del karma, superan en claridad y profundidad a los de muchos eruditos orientalistas occidentales especializados en budismo.

SU VIDA: A mediados del siglo XIX arriba a las Islas Jónicas -que eran en ese entonces un protectorado británico- un médico militar irlandés. Allí conoce a un bella y joven muchacha griega de la que se enamora y se casa con ella. Fruto de aquél encuentro entre dos personas de distinto sexo, lengua y ambiente cultural, nace en la isla Leucadia el 27 de Junio de 1850, Lafcadio Hearn quien justamente se convertiría ya desde joven y hasta su muerte en un inquieto investigador y amante de diversas culturas.

El matrimonio Hearn se trasladó desde Grecia hacia Inglaterra donde pasó unos pocos años antes de que la joven griega decidiera abandonar el hogar y volver a su tierra. El pequeño Lafcadio quien no podía quedar solo junto a su padre fue entregado a una tía que vivía en Gales y nunca más volvió a saber nada de ninguno de sus dos padres. Los biógrafos de Hearn gustan de subrayar que su niñez fue "dolorosa y triste" y todo parece sugerir que realmente lo fue. Su tía lo envió a un colegio, y lo único que sabemos de aquellos años escolares es que tuvo un accidente en el que perdió su ojo izquierdo. Ya a los dieciocho años partió del hogar de su tía para buscar su propio camino en Londres donde no le fue nada bien y tuvo que pasar por situaciones de indigencia económica. Cansado de dormir en asilos públicos, y angustiado por la falta de perspectivas para su vida, emigró nuevamente. Esta vez viajó a Norteamérica.

En 1869 el joven Hearn, inexperto, pobre, tuerto, sin otro recurso que un talento intelectual y literario que él mismo aún no había descubierto, desembarca en Nueva York y comienza un nuevo capítulo de su vida. Al principio todo fue muy duro, tanto o más duro que en Londres, dificultades económicas, soledad, y la presión de una tierra de oportunidades que a poco de llegar se le reveló como era realmente: ferozmente competitiva y de un pragmatismo decepcionante para un joven soñador y sensible como Hearn.

Sin embargo, fue en Norteamérica donde Hearn descubre su vocación literaria y donde obtiene sus primeros reconocimientos. Comienza como corrector de pruebas en una editorial, luego poco a poco va encontrando mejores posibilidades siempre vinculadas al mundo de la prensa o del libro. En 1874 ya trabajaba como redactor en un periódico y algunos de sus trabajos periodísticos comenzaron a dar que hablar por su estilo sobresaliente.

Mientras ejerce el periodismo Hearn estudia intensamente y también traduce del francés al inglés obras literarias. En aquellos años tiene Hearn tiene un romance con una mujer negra, y al cabo de un tiempo quiere formalizar su relación y casarse legalmente. El romanticismo y la ingenuidad de Hearn al intentar concretar ese matrimonio tropiezan el virulento racismo de la sociedad americana de aquél entonces. No sólo se topa con barreras legales sino que lo despiden de su trabajo sin más explicaciones. En la calle y defraudado una vez más, Lafcadio Hearn inicia otra de sus migraciones...

Camino a la Martinica donde pensaba establecerse, pasa por Nueva Orleans donde se queda a vivir subyugado por el exotismo semilatino y bohemio del lugar. Allí transcurren los mejores años del período americano: puede dejar el periodismo de reportajes y crónicas y dedicarse a la literatura y la traducción. Publica varias traducciones de escritores franceses importantes (incluyendo una versión de La Tentacion de San Antonio de Flaubert) y también sus primeros escritos propios. De entre estos últimos, dos novelas Guita y Karma le valen como escritor de ficción el reconocimiento que ya había obtenido como periodista y traductor. Es durante ese período de triunfo personal e intelectual cuando le ofrecen una corresponsalía en Japón.

Hearn ya hacía años que leía cuanto podía sobre oriente y se sentía muy atraído por el mismo; de modo que, a pesar de que a comenzado a vivir bien en Norteamérica, no duda en aceptar la propuesta con la idea de conocer e investigar aquella cultura. Esa sería la última de sus migraciones, pues en Japón encuentra el sosiego interior, la estabilidad afectiva y el sentido de realización personal e intelectual que no había conocido antes.

Hearn, ahora hombre de cuarenta años, que había errado, trabajado y sufrido sin lograr mitigar nunca su inquietud espiritual a pesar de sus logros, se enamoró nuevamente. Se enamoró de una mujer de una cultura distinta a la suya, como le había sucedido a su padre, como le había sucedido a él mismo con la muchacha negra; pero esta vez se enamoró al mismo tiempo de una mujer y de un pueblo...

Desde 1891 hasta su muerte ocurrida trece años después, Hearn vive la época más feliz de su vida. Al poco tiempo de llegar se casa con una joven nativa -Setsu Koizumi-, se naturaliza japonés adoptando el nombre de Yakumo Koizumi, tiene cuatro hijos, y escribe doce libros que se cuentan en los más logrados que se hayan escrito hasta el presente sobre el Japón. También ejerció el periodismo y dió clases de literatura inglesa en la Universidad Imperial de Tokyo.

El 26 de Septiembre de 1904 tras unos instantes de agonía Hearn muere súbitamente. Conforme al deseo que había expresado en uno de sus libros, fue inhumado de acuerdo a los ritos budistas y sus cenizas fueron depositadas en el cementerio local, a cuya vista había tenido acceso día tras día desde los fondos de su propia casa.

Hearn nunca se declaró budista pero ese deseo de morir a la manera budista, sugiere que en su intimidad pudo haberse sentido más cerca del budismo que del cristianismo y de la filosofía positiva occidental con los cuales solía confrontar al budismo para reconocer diferencias y también puntos de encuentro.

SU LEGADO: Hearn dejó doce libros sobre el Japón -además de sus otros libros- . En ellos despliega conocimientos históricos, antropológicos, filosóficos y religiosos. Abunda en descripciones de situaciones típicas de la vida japonesa, fuesen ocasionales o habituales; abunda también en reflexiones de carácter estético que van desde la arquitectura hasta la estampa japonesa y la caligrafía; pero también abarcan al vestido, a los detalles que adornan la vida diaria y hasta las formas de cortesía. Todo lo asombraba y todo servía para poner a funcionar su intuición y su indudable capacidad para expresarse por escrito.

Su esfuerzo por integrar los dos mundos culturales que marcaban su vida, lo llevó a comparar de una manera bastante audaz al cristianismo y a la filosofía occidental de su tiempo -principalmente Spencer- con las doctrinas budistas. Ninguno de sus argumentos fue recogido por la filosófía y la teoría de las religiones posteriores. Sin embargo su intuición básica de que la cultura occidental debía, necesariamente, para renovarse, aprender a asimilar algo de la filosofía, la actitud existencial y la refinada estética del Asia, sigue siendo válida hoy.

Desgraciadamente el pronóstico de Hearn en ese sentido fue demasiado optimista, ya que más de un siglo después de sus planteos occidente sigue empeñado en dictarle al mundo su camino...

No creo que los escritos de Hearn nos ofrezcan ninguna solución filosófica ni de otro tipo a los problemas de hoy -Hearn no pretendió jugar ese papel ni siquiera en su tiempo-, pero sí que sus trabajos nos pueden enseñar a acercarnos a otros mundos culturales con una actitud humilde, desprejuiciada y, sobre todo, vital. Acercarnos, no para encerrar esas culturas en el marco de nuestros propios paradigmas y criterios, sino para intimar con ellas, para respirar junto a ellas.

ESTA PRESENTACION: Agradecemos a la gente de DDT-Casi Nada, por darnos la oportunidad de dar a conocer a Hearn en el mundo hispanohablante. Esperamos contribuir así a reparar una doble injusticia:

Por un lado, para con Japón. Ya que su mundo es más sutil que lo que nos transmite la cultura de masas en nuestros países: Las geishas y karatecas en versión cinematográfica, la moda del sushi, la imagen del implacable empresario japonés como sucesor del antiguo samurai, e incluso la fascinación de nuestros intelectuales por el patético suicidio de Mishima y por los juegos de ingenio del Zen. Todo eso no es más que una colorida pantalla que no nos deja conocer el verdadero Japón.

Por otro lado, reparación para con Lafcadio Hearn, de cual el mundo hispano no sabría ni siquiera que existió, de no ser porque Borges lo ha nombrado alguna vez. Aún entre quienes saben de su existencia son pocos los que lo han leído. Aún así, por fortuna, Hearn ha tenido algunos admiradores entre nosotros; gracias a ello contamos con traducciones al castellano de algunos de sus libros.

Los textos que publicamos aquí forman parte del libro titulado Kokoro que fue uno de los primeros libros del período japonés de Hearn y uno de los más bellos. "Kokoro" es un palabra del idioma japonés que se puede traducir en castellano aproximadamente por "corazón". Corazón en sentido metafórico tanto pasional como espiritual como cuando hablamos de "razones del corazón" o también de "hombres de corazón duro...".

Pero mejor dejemos hable el mismo Hearn, quien en la primera página del libro nos ofrece el sentido de kokoro, que es también el sentido de su libro:

KOKORO

"Kokoro (corazón). Esta palabra escrita con los caracteres arriba indicados, significa también alma (en sentido emocional), espíritu, valor, resolución, sentimiento, afecto y sentido íntimo, lo que nosotros llamamos: el corazón de las cosas."
El plan del libro es bastante informal, por momentos es cuadro de costumbres, a veces diario de viaje, pero también es relato, documento y hasta ensayo filosófico. Los fragmentos que presentamos son apenas una muestra de la riqueza de los escritos de Hearn. En otras oportunidades volveremos a publicar más material de éste y otros libros del autor.

Máximo Lameiro
Marzo, año 2000 - Bs.As.

§ TEXTOS DE LAFCADIO HEARN
Fragmentos del capítulo IV titulado "De un Diario de Viaje":

"Kyoto 16 de abril de 1895."

"De todas las cosas particularmente bellas del Japón, las más bellas son las cercanías de los lugares de gran veneración y de reposo, los caminos que conducen a la nada.
Ciertamente, su encanto especial es el encanto de lo adventicio, el efecto de la obra del hombre en unión con las más delicadas manifestaciones de la luz, de la forma y del color naturales, un encanto que se desvanece los días de lluvia; pero ninguno tan prodigioso como él, a causa justamente de su misma inestabilidad.
Quizás la ascensión comienza en una avenida en pendiente y empedrada, de media milla de largo, con líneas de grandes árboles. Monstruos de piedra guardan el camino a intervalos regulares. De aquí se pasa a alguna gran escalera, con peldaños que suben entre tonos verdeoscuros a una terraza sombreada por viejos y vastos árboles; y otras escaleras os conducirán a otras terrazas, todas en sombra. Y subís, subís, subís, hasta que, al fin, tras un montículo gris, aparece el pórtico de una pequeña, insignificante y descolorida ermita de madera, un niya shinto. La impresión de vacío así recibida, entre el gran silencio y las sombras, después de toda la sublimidad de los amplios alrededores, es verdaderamente espiritual.
Multitud de experiencias semejantes ofrece el budismo a cuantos quieran buscarlas. Yo puedo recomendar, por ejemplo, una visita a las tierras de Higashi Otani, en la ciudad de Kyoto. Una gran avenida conduce al patio del templo, y desde el patio, una escalera, de escalones de cincuenta pies de anchura, magníficos, sólidos y con ricas balaustradas, conducen a una terraza cercada. La escena produce la idea de la aproximación a algún plácido jardín italiano de la época del Decamerón. Pero avanzando por la terraza, encontraréis una puerta y si la abrís, hallaréis dentro un cementerio....
El paisaje de los jardines budistas sugiere la idea de que toda pompa, todo poder y toda belleza, conducen sólo, en último término, a un tal silencio. "

"Kyoto 19-20 de abril":

(En los pasajes que transcribimos Hearn desarrolla sus ideas estéticas estimulado por una exposición de pintura y artes a la que ha concurrido):

"Cuestión: ¿debe un artista pintar desnudeces si no es capaz de despojarlas de cuanto pueda haber en ellas de real y personal?
Hay un texto búdico que declara ingenuamente que sólo es sabio el que puede ver las cosas sin su individualidad. Y ese modo de ver budista es lo que constituye la grandeza del genuino arte japonés.
(.....) Platón explicaba la emoción de la belleza como una especie de recuerdo repentino, en el alma, del mundo divino de las ideas. Los que ven aquí una imagen o semejanza de las cosas que allí existen, reciben una emoción semejante a la que produce una centella, y son, en cierto modo, transportados fuera de sí mismos. Schopenhauer explicaba la emoción del primer amor como la voluntad del alma de la especie. La psicología positiva de Spencer declara, en nuestros propios días, que la más poderosa de las pasiones humanas, cuando hace su primera aparición, es absolutamente anterior a toda experiencia individual.
Así, el antiguo y el moderno pensamiento, metafísico y científico, concuerdan en reconocer que la primera sensación profunda de belleza humana que conoce el individuo no tiene un carácter absolutamente individual."

Fragmentos del capítulo XI titulado "En el Crepúsculo de los Dioses"

(Hearn está relatando su encuentro con un insólito comerciante occidental radicado en Japón)

"-Sabe usted algo acerca de los hosses?
-Los hosses?
-Sí, los ídolos, ídolos japoneses, hosses
-Algo -respondí-, pero no mucho.
-Bien, vamos a ver mi colección, si usted quiere. He coleccionado hosses durante veinte años y he logrado poseer alguno de valor. No están puestos a la venta, sin embargo, excepto para el British Museum.

Seguí al curioso comerciante entre el bric a brac de su tienda, y pasé por un patio enlosado hasta llega a un go-down (almacén a prueba de incendios) de una magnitud nada común. Como todos los go-downs, era oscuro: pude apenas distinguir algo que a modo de escalera se elevaba en la oscuridad. El mercader detuvo sus pasos.

-"Podrá usted ver mejor dentro de un momento". Me dijo. "Yo había construido este aposento expresamente para ellos; pero ahora apenas es suficiente. Están todos en el segundo piso. Vamos derecho arriba; pero tenga cuidado, la escalera es muy mala."

Subí; pasé a una habitación oscura, de techo muy alto, y de pronto me encontré frente a frente de los dioses. En la sombra del go-down, el espectáculo era mas que curioso, era fantasmagórico. Arhats y Budas y Bodhisattvas, e imágenes de una mitología más antigua, llenaban todo aquel espacio; no estaban colocadas por jerarquías como en un templo, son mezcladas sin orden, como en un pánico silencioso.
Aparte del tumulto de muchas cabezas y aureolas rotas y manos elevadas en amenaza o en plegaria, aparte de la brillante confusión de dioses empolvados, medio iluminados por tragaluces cubiertos de telarañas en el muro espeso, poco fue lo que pude distinguir al principio; después, conforme la oscuridad se desvanecía, comencé a distinguir los personajes.

Vi a Kannon, en us múltiples formas; a Shizó, con sus diversos nombres; a Saka, a Yakushi, a Amida, a los Budas y sus discípulos. Eran muy viejos, y su arte no era propiamente japonés, ni de un lugar o tiempo determinados: eran imágenes de Corea, de China, de la India, tesoros traídos a través del mar en los días de las primitivas misiones budistas. Algunos estaban sentados sobre flores de loto, las flores de loto de la milagrosa natividad. Otros cabalgaban sobre leopardos, tigres, leones o monstruos míticos, que representaban la luz, o la muerte. Uno, de tres cabezas y muchos brazos, siniestro y espléndido, parecía moverse, en medio de las sombras, sobre un trono de oro, sostenido por un grupo de elefantes.

Vi a Fudó, rodeado y custodiado por el fuero, y a Maya Fushín, montando su pavo real celeste; y extrañamente mezclados con visones budistas, como en el anacronismo de un Limbo, efigies armadas de daimyos, e imágenes de sabios chinos. Había altas representaciones de la ira, que empuñaban el rayo, y se elevaban hasta el techo: los dioses Deva, como personificaciones del poder del huracán; los Ni-O, guardianes de las puertas de templos desaparecidos hace mucho tiempo.

También había formas voluptuosamente femeninas. La gracia luminosa de sus miembros, plegados dentro de los cálices de loto, sus dedos ligeros, que contaban los números de la leyes divinas, eran ideales verosímilmente inspirados, en tiempo ya remotos y olvidados, por el encanto de alguna joven bailarina india. Apoyados contra el muro de ladrillo desnudo, pude percibir multitud de ídolos menores: figuras de demonios con ojos que ardían en la sombra como los ojos de un gato negro, y otras, medio de hombre, medio de pájaro, con alas y pico semejantes a los de las águilas, los tengu de la fantasía japonesa.

-"Y bien?" Interrogó el curiosos comerciante con una evidente sonrisa de satisfacción al ver mi evidente sorpresa.
-"Me han costado cincuenta mil dólares" dijo.

Pero las imágenes mismas me decían cuánto mayor había sido su valor para la devoción de otros tiempos, a pesar de la baratura de trabajo artístico en el Oriente.
También me hablaban de los millones de muertos cuyos pies de peregrinos habían gastado los escalones que conducían a sus santuarios, de las madres difuntas que solían suspender ante ella los vestiditos de los niños y enseñaban a éstos a murmurar plegarias, y me hablaban también de las penas y esperanzas a ellos confiadas. Los fantasmas de sus adoradores de otros siglos les habían seguido en su destierro, un suave y dulce olor de incienso flotaba en aquel sitio polvoriento.

-"Cómo se llamará éste? -preguntó la voz del comerciante- Me han dicho que es lo mejor del lote".

Apuntaba a una figura que reposaba sobre un triple loto de oro, era Avalokitesvara el que se inclina en la tierra para escuchar las plegarias de los hombres.. La cólera y el odio ceden a su nombre. El fuego se apartan ante su nombre. Los demonios se desvanecen al sonido de su nombre. Por su nombre puede uno permanecer suspendido en el cielo, como un sol....

Es un Kannon -repliqué-, y muy hermoso.
-"Alguien me pagará un precio muy crecido por él -dijo, haciendo un gesto malicioso-. ¡Me ha costado bastante!

(......)-"Le gusta este niño" Me dijo mientras señalaba una pequeña imagen dorada de un niño desnudo, en pie, apuntando con una de sus manitas hacia arriba y con la otra hacia abajo, representaba al Buda Sakyamuni recién nacido. Resplandeciente de luz nació del vientre de su madre, con el sol nace del Oriente... Anduvo en línea recta siete pasos, y las huellas de sus pies sobre la tierra quedaron ardiendo con siete estrellas. Y habló, con la voz más clara, diciendo: Este nacimiento es el nacimiento de un Buda. No renaceré. Esta última vez he venido para la salvación de todos en la tierra y en los cielos.

(......)-"La gente habla de idolatría -dijo con aire reflexivo-. Pero yo he visto imágenes muy semejantes a ésta en las iglesias católicas. Me parece que la religión es, en gran parte, la misma en todo el mundo. (...) Porque la historia de Buda es igual a la de Cristo, no le parece? ...Sólo que Buda no fue sacrificado?"

No respondí, pensando en el siguiente texto: En todo el mundo no hay un lugar, ni siquiera del tamaño de un grano de mostaza, donde no se haya transfundido su cuerpo por amor a las criaturas. En aquél momento me pareció repentinamente cierto que esto era verdad. Pues el Buda del budismo más profundo no es Gautama, ni tampoco Tathagata, sino, simplemente, lo divino en el hombre. Todos somos crisálidas del infinito; cada uno contiene un Buda espiritual, y los millones de Budas no son sino uno. Toda la humanidad es, en potencia, el Buda por venir, soñado al través de las edades, y la sonrisa de Maestro embellecerá de nuevo el mundo, una vez que haya perecido el egoísmo. (...)".

§ OBRAS DE L.HEARN EN CASTELLANO

Kokoro, Bs.A., Emecé, 1945
" " , Madrid, Miraguano, 1986
Kwaidan, Madrid, Espasa Calpe, 1944
" " , Bs.As., Fausto, 1977
" " , Madrid, Siruela, 1987
Fantasmas de la China y el Japón, Madrid, Juan Pueyo, 1917
El romance de la vía láctea, Madrid, Espasa Calpe, 1951
El secreto de la muerta y otros cuentos japoneses, Madrid, Compañia Europea de Comunicación e Información, 1991
Chita, Buenos Aires, Argonauta, 1946
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La biografía de Lafcadio Hearn (1850-1904) es la de un aventurero de diversas procedencias que recorrió medio mundo hasta que, cumplidos los cuarenta años, decide abandonar la vida nómada, se establece en Japón, se casa con una dama del Celeste Imperio y se convierte en el señor Yakomo Koizumi, escritor japonés. Y, ciertamente, pocos escritores japoneses (en su época, ninguno) expusieron a los lectores occidentales la magia y el encanto del Japón. Como traductor y reelaborador de antiguas y misteriosas leyendas japonesas, Hearn llegó a convertirse en uno de los mejores cultivadores de la literatura fantástica en lengua inglesa. Profesor de Literatura Inglesa en la Universidad Imperial de Tokio, fuera de Japón figuraba como un gran erudito en asuntos japoneses, siendo sus inclinaciones más acusadas hacia el folclore y la poesía.

Hearn nació el 27 de junio de 1850 en Lézcade, en las islas jónicas, hijo de una griega y de un cirujano irlandés de la Armada británica. Muertos sus padres cuando era muy niño (según otra versión, le abandonaron), se hizo cargo de él una tía bisabuela que residía en Gales y que encomendó su educación a un sacerdote católico, que le enseñó latín. Mas al joven Lafcadio no le atraía el futuro eclesiástico que había previsto para él su tía, por lo que marchó a Londres, y, después de malvivir una temporada, embarcó hacia América con diecinueve años como único capital. Vivió en Nueva York y Cincinnati, trabajando como corrector de pruebas y más tarde como reportero; cuando ya se creía aposentado en el gremio periodístico, pierde su empleo por pretender casarse con una negra. Entonces marchó a la Martinica, donde obtiene material para algunos cuentos fantásticos. De nuevo en Norteamérica, se establece en Nueva Orleans, y publica un libro raro y curioso, «Hojas perdidas de extraña literatura», y una traducción de Gautier. Finalmente, decide ir hacia el Oeste, hacia la puesta del sol, y con el propósito de escribir una serie de artículos sobre el Japón, desembarca en el Imperio del Sol Naciente en 1890. Allí, como si estuviera predestinado para ello, triunfó literaria y socialmente. Renunció a su religión católica para hacerse budista, contrajo matrimonio con la hija de un prestigioso samurái y publicó libros como «Kotto» y «Kwaidan», que tuvieron éxito tanto en Japón como en Europa y Norteamérica. Sobre cuatro cuentos de «Kwaidan» hizo una versión cinematográfica Masaki Kobayashi en 1965, que obtuvo extraordinaria aceptación en España, en la época dorada de los cineclubes de arte y ensayo.

Hearn solía decir: «Soy una leve abeja literaria que va en pos de la miel inspiradora». Murió en Okubo, cerca de Tokio, el 26 de septiembre de 1904, en plena guerra ruso-japonesa. En esta guerra, que fue la brillante presentación de Japón ante el mundo occidental, Hearn tomó partido, obviamente, por los japoneses, a quienes admiraba por su capacidad bélica y por su valor cívico. No se dan en Japón casos vergonzosos de ejércitos que se retiran sin combatir ni de madres y novias que van a despedir a los soldados como si fueran plañideras, sino que, como escribe Hearn, «se considera como una vergüenza descubrir las angustias familiares por aquellos que murieron en defensa de la patria y del emperador».

Los cuentos y los ensayos de Hearn (por ejemplo, los coleccionados en «El romance de la Vía Láctea»), son de una gran belleza y plasticidad. Como en nuestros viejos cuentos de hadas, en «Kwaidan» o en «El espejo de la doncella» se cuentan historias terribles, pero con tal mesura y refinamiento que no producen ninguna sensación desagradable. Y en medio de estas historias aparecen jardines encantadores o un misterioso palacio perpetuamente en la penumbra. Este mundo mágico, confiesa Hearn, le hace olvidar «las monstruosas verdades de la ciencia y el tremendo horror del espacio». Hearn parece obsesionado por aquella alucinación de Pascal sobre la soledad eterna del espacio y vive horrorizado por la idea de estar prisionero en ese espacio infinito. A vuela pluma, insinúa en un ensayo un cuento de horror: «Imagínense qué le hubiera ocurrido en la Edad Media a una persona culpable de inventar medios para comunicarse con algún planeta vecino». El mundo fantástico y maravilloso de Hearn posee puertas abiertas al horror y a la inquietud. No le asustan los duendes y los fantasmas, pero le aterran los vastos abismos y las interrogaciones sin respuesta.

ENLACE CON UN CUENTO: http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/ing/estacion.htm

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