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UN TOQUE DE AZUFRE Image Hosted by ImageShack.us

Lafcadio Hearn (Leucade, Grecia, 1850-okubo, japón, 1904) se educó en Irlanda, Inglaterra y Francia, fue periodista en diversos diarios y revistas estadounidenses y durante dos años fue corresponsal en la Martinica. A raíz de su estancia publicó Two Years in the French West Indies (1890). Viajó a Japón, donde abandonó el periodismo para dedicarse a la docencia universitaria. En 1896 adoptó la nacionalidad japonesa, tras su matrimonio con la hija de un samurái, y la última etapa de su obra está ligada al afán de comprender la sensibilidad y la cultura de este país. Escribió doce volúmenes sobre Japón y Extremo Oriente, entre los que destacan sus versiones de los kwaidan o cuentos fantásticos japoneses, recogidos de fuentes orales o textos antiguos y vertidos en una estilizada prosa inglesa.

incomparable las muchas personas a las que no les ha sido dado conocer Japón, las que recurren a las pinturas para saciar su callada y nostálgica curiosidad, y que sostienen en sus manos las preciosas delicadezas del arte japonés para construirse, sobre tan vacilante armazón de hechos, un sueño colorista del país lejano. Lo que Hearn nos ha contado del Japón tal vez no sea toda la importante sustancia de los hechos en la rígida cadena de los datos estadísticos, sino el fulgor que irradia de los mismos, la belleza que tiembla de un modo incorpóreo sobre cada realidad cotidiana, como el perfume de la flor que aun perteneciéndole y estando ligado a su existencia, se libera de la misma y se expande hasta el infinito.» Stefan Zweig.

Una rigurosa y cuidada selección de los relatos de viaje de Lafcadio Hearn de la mano de José Manuel de Prada Samper que, según sus propias palabras, pretende recoger “los textos en que Lafcadio Hearn refiere en primera persona sus encuentros con lugares y personas de Japón. Son, pues, en cierto modo, ‘relatos de viaje'”. Así, Prada Samper realiza un excelente trabajo al combinar los textos que conforman ‘Recorridos', la primera parte del libro, con los que narran los encuentros con vecinos y amigos, recogidos en ‘Encuentros'. Traducir a Hearn ha tenido que ser, sin duda alguna, una ardua tarea por la que de Prada Samper merece todo nuestro respeto como traductor y un cordial agradecimiento por poner en manos del público hispanohablante esta perla de la literatura que, además, nos acerca un poquito más al Japón al que ya ninguno de nosotros podrá viajar más que en los libros: el Japón de hace 100 años.
Argumento
Puesto que se trata de un compendio de historias, no podemos hablar de un argumento único; si bien la división por secciones resulta muy reveladora del tipo de historias que encontraremos en la obra.

‘Recorridos' narra las primeras impresiones de Hearn al aterrizar en tierras niponas, aunque él mismo reconoce y lamenta no haber podido dedicarse a plasmarlas al momento, con la consiguiente pérdida de detalle y frescura que eso conlleva. Al leerlas, en cambio, nadie diría que eso fue así, lo cual revela una vez más que Hearn era un observador nato que tomaba rigurosas notas y era capaz de reproducir todo lo que sus sentidos (no sólo la vista, sino también el olfato y el oído) percibían. En esta sección Hearn nos regala deliciosas descripciones de los sonidos arquetípicos de la naturaleza japonesa y un conjunto de primeras impresiones con las que, en muchas ocasiones, nos sentimos identificados. ‘Yo pensé lo mismo al llegar' es un pensamiento que asalta frecuentemente al lector que ha aterrizado alguna vez en Japón.

‘Encuentros' nos narra las impresiones a través de lo que escucha y observa en sus vecinos y contemporáneos. Nos habla de la gente de una época en la que Japón no estaba acostumbrado a la presencia de extranjeros; de la gente del pueblo, de sus costumbres, leyendas y supersticiones.

En ‘Observaciones', un Hearn cada vez más crítico empieza a descubrir los aspectos menos agradables de la sociedad nipona, esas cosas que sólo se descubren con el tiempo y la experiencia de día a día. Si bien su fascinación por Japón se mantiene intacta, empieza a aflorar en él y en sus escritos una cierta impaciencia y una crítica más ácida respecto a algunos aspectos del país que le ha acogido. Hearn, en este punto, describe algunas contradicciones de la sociedad de la época. Su espíritu crítico vuela más libre todavía en la intimidad de las cartas que escribe a sus compañeros, algunas de las cuales se recogen al final del compendio.

Punto fuerte
Lafcadio Hearn ha dejado un legado incomparable: sólo a través de sus obras podemos viajar por un Japón que jamás, por nuestro propio pie, podremos recorrer. Hearn viajaba en jinrikisha (carro de pasajeros tirado por un humano) en una época en la que un extranjero suscitaba una mezcla de curiosidad y veneración; una época en la que en los templos no se pagaba entrada (se ofrecían donaciones), y en la que no existía la pugna entre modernidad y tradición que observamos en cada rincón del país en nuestros días.

A sus observaciones se suma un rigor documental exquisito que le confiere consistencia a la obra. En sus páginas, los que hemos estado en Japón encontramos experiencias paralelas que nos harán, en cierto modo, ‘cómplices' o ‘compañeros de viaje': ‘Todo el mundo te mira con curiosidad; sin embargo, nunca hay nada desagradable, y mucho menos hostil, en su mirada: lo más frecuente es que vaya acompañada de una sonrisa o un esbozo de sonrisa'.

Sin embargo, Hearn ofrece también información nueva, fruto de su inagotable curiosidad que le llevaba a interrogar exhaustivamente a sus guías y acompañantes. En su Fuji no yama , por ejemplo, el autor parte de un proverbio japonés ‘Visto de cerca, el monte Fuji no está a la altura de nuestras expectativas', y se detiene a contarnos, a continuación, el porqué de la veneración de esta montaña según cada una de las tradiciones religiosas del país. Así, uno no puede evitar sentir que esta lectura, además de ayudarle a explorar el Japón del siglo pasado, le descubre aspectos de la tierra y sus gentes de los que, hasta la fecha, no tenía conocimiento.

Punto débil
La pasión por el detalle de Hearn, que para algunos puede resultar deliciosa y absorbente, puede hacérsele tediosa al lector que necesite acción continuada para mantener el interés en la lectura. Como observador, Hearn se detiene en puntos en los que nosotros nos detendríamos también, pero a veces lo hace en aspectos que pueden parecernos de lo más intrascendentes.

Asimismo en sus críticas descubrimos la amargura de un Hearn que no puede concebir la idea de que algo del país que lo acoge no pueda gustarle; un explorador que se enamoró de Japón y que luego lamenta el desencanto . Cualquier intento de exploración nos llevará a descubrir aspectos agradables y desagradables del entorno que, mirado desde una perspectiva más pragmática (tal vez menos literaria) no son ni tan dignos de ensalzamiento ni tan merecedores de escarnio como, en un principio, nos pueden parecer. El descubrimiento de la realidad desnuda es, al fin y al cabo, el objetivo último de la exploración. Pero el ser humano es un observador que, por mucho que se esfuerce, jamás logrará ser objetivo: y si lo fuera, además, sus memorias no podrían ser consideradas literatura.

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