Terminat... ed
Mirad al otrora dios de los gimnasios convertido hoy en un acordeón con piernas, en un esclerótico "souffle" de carne víctima, como todo hijo de vecino, del paso de los años y el peso de la gravedad (o al revés). Y contemplando esta instantánea voy yo y me preguntó: ¿por qué será que me causan tantas cosquillitas de placer las historias de decadencia, caída y/o degradación de todo el (o la) que un día fue estrella? La verdad es que sí que tenía razón el pollo (dicho sea con cariño) que en un comentario de por ahí abajo señalaba que suelo ser más bien cabroncete con las miserias de los famosos. ¿Será una explicación muy simplona atribuir mi sadismo contra el triunfador a un odio enquistado contra aquellos que tienen (o tuvieron) esas pequeñas cosas que a mi me faltan: belleza, riqueza... aviones? ¿Qué tipo de persona soy al no poder evitar sonreír inconscientemente de forma similar tanto al enterarme de que el Gordo de la lotería ha tocado en medio de eso que hoy llaman una barriada "de clase media-baja" (o sea, baja) como cuando escucho que tal multimillonario, político o famoso tiene... digamos, una enfermedad incurable? ¿Soy un canalla por disfrutar con la no-felicidad de quienes (en plan juez supremo, lo sé) estimo que ya obtuvieron de la vida más de lo que merecían, sobre todo si lo comparamos con tanto pobre desgraciado que jamás tendrá ni donde caerse muerto? ¿Es infantil y oligofrénica esta patética regla de compensación, ese constructo de baratillo que me he ido creando para hacerme la ilusión de que, a lo mejor, sí que el universo se encuentra en equilibrio? Quizá... es decir, ¡seguro! Pero, qué queréis que os diga... gozaría como un mico viendo a Bush (o al propio Schwarzie) carcomido por una enfermedad degenerativa de esas que hallarían remedio mediante la investigación con células madre. Y no digamos si estallara un buen escándalo masivo, de esos que hunden vidas, sobre la podredumbre oculta de tanto jerifalte eclesiástico que se desgañita en contra de la perversa homosexualidad que nos invade. Quid pro quo, amiguitos...
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