In dreams (esta misma noche)
Estoy en lo que parecen ser los preparativos para unas pruebas de selección de actores de cine. Hay un equipo reducido; apenas el cámara, un sonidista, el director
y yo. Todos visten túnicas con capuchones, cada una de un color diferente: negro, azul, rojo
La del director es la escarlata y cuando lo miro siento un escalofrío al comprobar que sobre su rostro lleva una mascara dorada, inexpresiva, veneciana.
No sé que hago allí, pero también me asusto mucho al comprobar que, aunque les hable, nadie parece verme ni escucharme. ¿Me ignoran a propósito o realmente soy invisible para ellos? Empiezan a entrar los actores que han sido seleccionados para este casting. Se les nota muy nerviosos. Para ellos significa una gran oportunidad poder aparecer en una película de este director, que (desconozco porqué lo sé) tiene un prestigio enorme en todo el mundo. La prueba consiste en representar una escena en un decorado de cartón piedra que tenemos frente a nosotros. El atrezzo está pintado en distintos tonos de grises, como si estuviéramos viendo una película en blanco y negro. Lo extraño es que cuando el primer actor entra en el decorado y se pone ante la cámara, él también pierde su color, se vuelve monocromático. Al mirarse el cuerpo, ahora en blanco y negro, le entra un ataque de pánico y trata de gritar pero no le sale voz alguna. El director se abre la capa que le cubría el torso y veo que lleva colgando una grabadora, cuyo botón de play aprieta inmediatamente. Lo que sale es una voz gutural, que, en un idioma extranjero desconocido para mí, le indica al actor lo que debe de hacer. Por eso es tan buen director de actores, pienso yo. Les habla en su mismo idioma. Tras escuchar la voz que sale de la cinta, el actor que, ha parecido entenderlo todo, comienza a representar un incomprensible ritual a base de movimientos espasmódicos, exageradas pausas y miradas intensas al vacío. ¡Ah, ya sé!, deduzco de nuevo. Se trata de una película muda, tipo expresionismo alemán. Pese a esta certeza, sigo sin entender nada, no extraigo sentido alguno de las evoluciones del actor por el escenario. Entonces, como si pudiese leer mis pensamientos, el director me mira y, aprieta otra vez el play del cassette. La voz que ahora sale del aparato habla en mi idioma y se dirige a mí de forma directa diciendo: ¿No reconoces esta escena? Pero si la escribiste tú. ¿Yo?, replico confuso. Pues claro, continúa el director. Tú eres el guionista de esta película.
En ese momento suena un estallido procedente del decorado. Al mirar veo el suelo manchado de sangre, justo en el lugar donde se hallaba el actor. El sonidista se me acerca y me dice al oído que el director está tan obsesionado con que los actores respeten sus posiciones que ha colocado minas antipersona en los márgenes de las marcas. Es tan perfeccionista de la puesta en escena que sólo le preocupa la exactitud de los planos; más allá de la composición visual no le atrae nada del cine. Por eso ha terminado haciendo una película muda. Yo asiento y le pregunto: Pero ¿y entonces por qué te trae como sonidista?. Él me mira fijamente (en realidad, es su máscara la que me mira) y se lleva el dedo índice a la boca indicándome Silencio. Luego dice: "Te advierto que aquí los listillos lo llevan claro...".
El director vuelve a usar su grabadora para indicar que pase el siguiente intérprete, si bien no aparece nadie más. Todos parecen perplejos: ¿no hay más candidatos? ¿Cómo es posible? Pero si hay cientos de actores deseando trabajar con este director. Una voz, procedente de arriba, dice, con acento gallego: Se ha corrido la voz de que en tus castings estallan los actores y, claro, ya nadie quiere venir. Al levantar la vista, buscando quien ha dicho eso, me quedo estupefacto al ver a Javier Bardem, caracterizado como Ramón Sampedro, tumbado en su cama, y flotando ésta en el aire a varios metros por encima del suelo. Enfadado, el director se arranca la máscara y veo que el rostro que había debajo es el de Isabel Coixet, con sus gafitas y sus facciones de niña eterna. ¡Tú cállate Pequeño Nemo y sigue jugando!, le grita la directora a Bardem/Sampedro.
Entonces, me doy cuenta de que el recinto en el que estamos es un enorme polideportivo, con canastas de baloncesto a cada lado. Bardem/Sampedro ahora tiene una pajita en la boca, sopla y por ella sale una burbuja de jabón que crece y crece hasta convertirse en una pelota de baloncesto. La cama vuela hasta aproximarse a una de las canastas, y Bardem/Sampedro, con gran habilidad, encesta la pelota tras darle unos cuantos toques con su calva. Impresionado ante semejante hazaña baloncestística, no puedo evitar el arrancar a aplaudir enfervorecidamente. De pronto, noto azorado que todos clavan sus miradas en mí. Por el ceño fruncido de Coixet deduzco que mis aplausos no han sentado nada bien. La directora (quién desde que se quitó la máscara ya no precisa del cassette para hablar) me dice que aunque no haya actores disponibles el casting debe continuar, la película no puede dejar de hacerse por esa minucia. Así que me pide que salga yo a escena. Temblando de miedo, le recuerdo que no soy actor, pero ella replica iracunda que si un guionista es incapaz de responsabilizarse de lo que ha escrito, ¿quién va a confiar entonces en él? ¡Sal inmediatamente a defender tu escena!, grita Coixet. Me resisto, pero ella y el resto de los asistentes me rodean amenazadoramente, como si estuvieran remedando la angustiosa escena de Eyes Wide Shut en la que Tom Cruise es acorralado por los enmascarados miembros de la secta orgiástica. Suplico a Coixet que al menos desactive las minas que ha sembrado por todo el escenario, después de todo yo no soy actor no puede exigirme lo mismo que a los demás. La directora esboza uno de esos mohines, tan suyos, gira a continuación sus ojos como si fuera Marty Feldman, y me dice: Ah, se siente no haber elegido el camino del Arte.
Abatido, avanzo con la mirada baja hacia el decorado. En cuanto entro en él, compruebo como mi cuerpo se vuelve grisáceo. Incluso mis movimientos parecen extrañamente arrítmicos; parezco un personaje de Murnau. Me giro en dirección a Coixet y le ruego por última vez que me deje salir de allí. Inflexible, me grita: ¡Arruíname el plano y reventarás!. Dándome cuenta de que no hay forma de escapar del atolladero, comienzo a moverme tratando de emular al actor fallecido en acto de servicio. De hecho, ahí delante veo el viscoso manchurrón rojo en que quedó convertido gracias a una de las minas de Coixet. Muevo los pies con cautela, temiendo que cada paso sea el último de mi vida. De pronto, veo un pegotito de puré de guisantes caer al suelo (chof), y luego otro y otro. Sigue ese rastro y no te pasará nada, me dice una voz desde las alturas. Vuelvo a alzar la mirada y veo de nuevo a Bardem, en su cama voladora, sólo que ahora ya no es Ramón Sampedro... si no la niña de El exorcista. Su caracterización ha cambiado completamente: pelo alborotado, rostro blanquecino y cubierto de cicatrices, resto de babas verdes alrededor de su boca Viste un camisón blanco y, para mayor exhibición interpretativa, su cabeza efectúa impresionante un giro de 360º. Qué gran actor , pienso. Con timbre demoníaco, Bardem/Linda Blair me dice: Mis fluidos son seguros, ¡síguelos!, y, acto seguido, se pone a vomitar cual surtidor, dibujando en el suelo una extraña forma geométrica.
Ahora estoy más tranquilo. Sé que, pese a su aspecto diabólico, Bardem/Linda Blair es de fiar; no tengo más que seguir esa ruta verde para salir indemne de la prueba. Rabiosa, Coixet le propina una patada a la cámara y se aleja a grandes zancadas, mascullando: Bah, ¡el cine es un arte menor!. Miro a Bardem/Linda Blair agradecido y le pregunto porqué me presta ayuda, y él responde: Es que ahora quiero convertirme en director la interpretación ya no tiene alicientes para mí. Y yo entiendo perfectamente a lo que se refiere. Después de todo, como actor ya ha llegado a lo más alto, pienso. Al techo de este polideportivo.
No sé que hago allí, pero también me asusto mucho al comprobar que, aunque les hable, nadie parece verme ni escucharme. ¿Me ignoran a propósito o realmente soy invisible para ellos? Empiezan a entrar los actores que han sido seleccionados para este casting. Se les nota muy nerviosos. Para ellos significa una gran oportunidad poder aparecer en una película de este director, que (desconozco porqué lo sé) tiene un prestigio enorme en todo el mundo. La prueba consiste en representar una escena en un decorado de cartón piedra que tenemos frente a nosotros. El atrezzo está pintado en distintos tonos de grises, como si estuviéramos viendo una película en blanco y negro. Lo extraño es que cuando el primer actor entra en el decorado y se pone ante la cámara, él también pierde su color, se vuelve monocromático. Al mirarse el cuerpo, ahora en blanco y negro, le entra un ataque de pánico y trata de gritar pero no le sale voz alguna. El director se abre la capa que le cubría el torso y veo que lleva colgando una grabadora, cuyo botón de play aprieta inmediatamente. Lo que sale es una voz gutural, que, en un idioma extranjero desconocido para mí, le indica al actor lo que debe de hacer. Por eso es tan buen director de actores, pienso yo. Les habla en su mismo idioma. Tras escuchar la voz que sale de la cinta, el actor que, ha parecido entenderlo todo, comienza a representar un incomprensible ritual a base de movimientos espasmódicos, exageradas pausas y miradas intensas al vacío. ¡Ah, ya sé!, deduzco de nuevo. Se trata de una película muda, tipo expresionismo alemán. Pese a esta certeza, sigo sin entender nada, no extraigo sentido alguno de las evoluciones del actor por el escenario. Entonces, como si pudiese leer mis pensamientos, el director me mira y, aprieta otra vez el play del cassette. La voz que ahora sale del aparato habla en mi idioma y se dirige a mí de forma directa diciendo: ¿No reconoces esta escena? Pero si la escribiste tú. ¿Yo?, replico confuso. Pues claro, continúa el director. Tú eres el guionista de esta película.
En ese momento suena un estallido procedente del decorado. Al mirar veo el suelo manchado de sangre, justo en el lugar donde se hallaba el actor. El sonidista se me acerca y me dice al oído que el director está tan obsesionado con que los actores respeten sus posiciones que ha colocado minas antipersona en los márgenes de las marcas. Es tan perfeccionista de la puesta en escena que sólo le preocupa la exactitud de los planos; más allá de la composición visual no le atrae nada del cine. Por eso ha terminado haciendo una película muda. Yo asiento y le pregunto: Pero ¿y entonces por qué te trae como sonidista?. Él me mira fijamente (en realidad, es su máscara la que me mira) y se lleva el dedo índice a la boca indicándome Silencio. Luego dice: "Te advierto que aquí los listillos lo llevan claro...".
El director vuelve a usar su grabadora para indicar que pase el siguiente intérprete, si bien no aparece nadie más. Todos parecen perplejos: ¿no hay más candidatos? ¿Cómo es posible? Pero si hay cientos de actores deseando trabajar con este director. Una voz, procedente de arriba, dice, con acento gallego: Se ha corrido la voz de que en tus castings estallan los actores y, claro, ya nadie quiere venir. Al levantar la vista, buscando quien ha dicho eso, me quedo estupefacto al ver a Javier Bardem, caracterizado como Ramón Sampedro, tumbado en su cama, y flotando ésta en el aire a varios metros por encima del suelo. Enfadado, el director se arranca la máscara y veo que el rostro que había debajo es el de Isabel Coixet, con sus gafitas y sus facciones de niña eterna. ¡Tú cállate Pequeño Nemo y sigue jugando!, le grita la directora a Bardem/Sampedro.
Entonces, me doy cuenta de que el recinto en el que estamos es un enorme polideportivo, con canastas de baloncesto a cada lado. Bardem/Sampedro ahora tiene una pajita en la boca, sopla y por ella sale una burbuja de jabón que crece y crece hasta convertirse en una pelota de baloncesto. La cama vuela hasta aproximarse a una de las canastas, y Bardem/Sampedro, con gran habilidad, encesta la pelota tras darle unos cuantos toques con su calva. Impresionado ante semejante hazaña baloncestística, no puedo evitar el arrancar a aplaudir enfervorecidamente. De pronto, noto azorado que todos clavan sus miradas en mí. Por el ceño fruncido de Coixet deduzco que mis aplausos no han sentado nada bien. La directora (quién desde que se quitó la máscara ya no precisa del cassette para hablar) me dice que aunque no haya actores disponibles el casting debe continuar, la película no puede dejar de hacerse por esa minucia. Así que me pide que salga yo a escena. Temblando de miedo, le recuerdo que no soy actor, pero ella replica iracunda que si un guionista es incapaz de responsabilizarse de lo que ha escrito, ¿quién va a confiar entonces en él? ¡Sal inmediatamente a defender tu escena!, grita Coixet. Me resisto, pero ella y el resto de los asistentes me rodean amenazadoramente, como si estuvieran remedando la angustiosa escena de Eyes Wide Shut en la que Tom Cruise es acorralado por los enmascarados miembros de la secta orgiástica. Suplico a Coixet que al menos desactive las minas que ha sembrado por todo el escenario, después de todo yo no soy actor no puede exigirme lo mismo que a los demás. La directora esboza uno de esos mohines, tan suyos, gira a continuación sus ojos como si fuera Marty Feldman, y me dice: Ah, se siente no haber elegido el camino del Arte.
Abatido, avanzo con la mirada baja hacia el decorado. En cuanto entro en él, compruebo como mi cuerpo se vuelve grisáceo. Incluso mis movimientos parecen extrañamente arrítmicos; parezco un personaje de Murnau. Me giro en dirección a Coixet y le ruego por última vez que me deje salir de allí. Inflexible, me grita: ¡Arruíname el plano y reventarás!. Dándome cuenta de que no hay forma de escapar del atolladero, comienzo a moverme tratando de emular al actor fallecido en acto de servicio. De hecho, ahí delante veo el viscoso manchurrón rojo en que quedó convertido gracias a una de las minas de Coixet. Muevo los pies con cautela, temiendo que cada paso sea el último de mi vida. De pronto, veo un pegotito de puré de guisantes caer al suelo (chof), y luego otro y otro. Sigue ese rastro y no te pasará nada, me dice una voz desde las alturas. Vuelvo a alzar la mirada y veo de nuevo a Bardem, en su cama voladora, sólo que ahora ya no es Ramón Sampedro... si no la niña de El exorcista. Su caracterización ha cambiado completamente: pelo alborotado, rostro blanquecino y cubierto de cicatrices, resto de babas verdes alrededor de su boca Viste un camisón blanco y, para mayor exhibición interpretativa, su cabeza efectúa impresionante un giro de 360º. Qué gran actor , pienso. Con timbre demoníaco, Bardem/Linda Blair me dice: Mis fluidos son seguros, ¡síguelos!, y, acto seguido, se pone a vomitar cual surtidor, dibujando en el suelo una extraña forma geométrica.
Ahora estoy más tranquilo. Sé que, pese a su aspecto diabólico, Bardem/Linda Blair es de fiar; no tengo más que seguir esa ruta verde para salir indemne de la prueba. Rabiosa, Coixet le propina una patada a la cámara y se aleja a grandes zancadas, mascullando: Bah, ¡el cine es un arte menor!. Miro a Bardem/Linda Blair agradecido y le pregunto porqué me presta ayuda, y él responde: Es que ahora quiero convertirme en director la interpretación ya no tiene alicientes para mí. Y yo entiendo perfectamente a lo que se refiere. Después de todo, como actor ya ha llegado a lo más alto, pienso. Al techo de este polideportivo.
14 comentarios
miguel angel b. -
Trashi -
jordi -
La_Ruina_De_La_Familia -
judith -
bannister -
La_Ruina_De_La_Familia -
Roberto -
Trashi -
La_Ruina_De_La_Familia -
el riojano marrano -
Ese mismo rollo almibarado, romanticón, falsamente ingenuo y naturalista...
bannister -
Bueno quizás mi valoración esté corrupta desde el principio: la conocí a la vez que a Mónica Belluci.....
Trashi -
Roberto -