Blogia
UN TOQUE DE AZUFRE Image Hosted by ImageShack.us

Odio cerval

Odio cerval Me encanta cuando Arturo Pérez Reverte se enrrabieta y escribe sus columnas echando espumarajos de odio por la boca, soltando espadazos a diestro y siniestro, sin medirse, desbocado...

Por supuesto, me gusta especialmente cuando el objeto de sus dentelladas despierta en mí tanta repugnancia como en él. Y es que en su frontal brutalidad reconozco a mi "Hulk" interior, e incluso puede que me sirva de catarsis, serenándolo, satisfaciendo su sed de violencia "justa" sin necesidad de buscar yo mismo las palabras que plasmen ese asco.

Hoy Reverte se ha marcado este texto preñado de dulzura y calma. Y me ha dejado supertranquilo.

...........................................................................................................

JÓVENES LOBOS NEGROS.

Por Arturo Pérez Reverte

El Semanal (05/08/04, 08.35 horas)

Detengo el coche en un semáforo de la Castellana de Madrid, y miro a uno y otro lado los enormes bloques de cemento, acero y cristal con rótulos de bancos, financieras y cosas así, sintiéndome como el conductor del carromato de las películas de John Ford, ya saben, cuando la caravana cruza el desfiladero mientras suenan tambores comanches y los pioneros se tocan con aprensión la cabellera. Estoy parado en el semáforo, como les cuento, pero hay un buen pedazo de sol que se mete entre las torres altísimas e ilumina la calle, enmarcando en un rectángulo de luz a dos niños que caminan con sus mochilas a la espalda camino del cole, a una viejecita que cruza despacio, a un señor de pelo gris que lee el Marca y a una señora madura, guapa, que cruza con el paso firme y el poderío de quien tuvo, y retuvo.

Mientras espero con las manos en el volante, pienso que no está mal del todo. Me refiero a esto. Siguen mandando los de siempre, claro. Los que no dejaron de hacerlo nunca. Pero la vida continúa, los chicos se besan en los parques, a los obispos nadie les hace ni puto caso, gracias a Dios, y a lo mejor ese mensaka con cara de peruano que se para al lado con la moto, o la mujer de aire eslavo y ojos claros que espera el autobús, traen en su sangre y en su ambición y en su voluntad la solución biológica que cambiará al fin esta España vieja, egoísta, insolidaria, enferma, cantamañanas e ignorante.

A ver si hay suerte, me digo, y el indio y la ucraniana y el moro y el negro de color preñan a nuestras hijas y son preñados por nuestros hijos, rediós, y mandan a tomar por saco todo el tinglado de la antigua farsa y a los innumerables mangantes, demagogos y sinvergüenzas que viven de él, de trapichear con nuestra estupidez y nuestra vileza de casposo campanario de pueblo. A ver si los bárbaros cruzan en masa el Danubio otra vez y nos dan candela. La Historia demuestra que, a veces, de los incendios y el degüello nacen Venecias.

Estoy pensando en eso, más o menos, y hasta se me pone en la cara una sonrisilla, supongo. Como si el rectángulo de sol se hiciera más amplio y me iluminara también a mí. Entonces miro a la derecha y los veo salir del edificio de oficinas financieras. Son cinco hombres jóvenes que parecen troquelados en una máquina de fabricar ejecutivos: los mismos trajes oscuros, la misma clase de corbatas, la misma forma de peinarse, de caminar, de mirar, de imitarse unos a otros. Cantan de lejos, al primer vistazo. Teléfono móvil, ordenador portátil, inglés fluido, master aquí y allá, dinero en cualquiera de sus infinitas manifestaciones virtuales de ahora: plástico, impulsos electrónicos, fibra óptica.

Son killers en versión postmoderna, asesinos cualificados desprovistos de piedad y de sentimientos. Fríos como peces, tiburones de moqueta dispuestos a vender su alma por ser durante cinco minutos Michael Douglas en Wall Street. Parecen, me digo al verlos pasar, una manada de lobos jóvenes y crueles: asépticos, seguros, guapos o intentando serlo, dispuestos a devorarse entre ellos sin remordimiento, miembros de una religión implacable cuyo cielo es medio punto más en la bolsa, cuyo purgatorio es el índice de cada día, cuyo único infierno es el fracaso. Se creen una casta privilegiada. Una élite. Pero en realidad, contemplados uno a uno, no son nada: sólo la prescindible infantería de un ejército siniestro. Basta fijarse en sus zapatos. Tarde o temprano la mayor parte de ellos caerá, será devorada por su propio Saturno ajeno a la compasión, y al minuto siguiente estarán otra vez ahí, idénticos a sí mismos, goteándoles el colmillo, dispuestos a ejercer la depredación para la que son entrenados.

Por eso, al verlos cruzar ante mi coche ajenos a todo lo que no sea el próximo zumbido del teléfono móvil o la próxima cotización, mirando el mundo con el desprecio y la avidez de su ambición –el bono de rendimiento, el sueldazo, el coche de quince kilos, el chalet maravilloso, la mujer despampanante, las vacaciones caribeñas de cinco estrellas– siento que una nube oscura oculta el rectángulo de sol y que el día se vuelve gris. Y pienso que el mensaka peruano y la polaca de la parada del autobús y yo mismo, por mucho cóctel biológico y mucha imaginación que nosotros o nuestros nietos le echemos al asunto, nunca tendremos la menor posibilidad –nunca la tuvimos, y ahora menos que nunca– en manos de estos inmortales e implacables hijos de puta.

5 comentarios

Trashi -

Bienvenido Zol.

Zol -

Sana envidia poder escribir como un puñetazo en el vientre...

Aureal -

Jajaja, sí, algo así como el "alergia al agua". Pero el tío lo disfrazaba de "enfermedad cutanea que provoca llagas e irritación, por lo que ha de ropa corta y cómoda, además de calzado abierto". Y el tío lo decía desolado por la "ofensa".

Mauro -

Claro, la enfermedad se llama chanismo.

Aureal -

Pese a su paranoia e hipocondría social, yo también me identifico con muchos de los textos de Reverte encabronado. Hay uno memorable, en el que contaba sus peripecias en el avión (otra vez) y las putaditas que le hacía a su vecino de asiento... por llevar sandalias y pantalón corto. Lo mejor fue el número siguiente, donde en el correo aparecía una carta de un sujeto quejándose al respecto. Decía tener una enfermedad que le obligaba a llevar ese tipo de indumentaria (¿¿¿???)