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La niña santa

La niña santa ****

Dirección: Lucrecia Martel. Intérpretes: Mercedes Morán, Carlos Belloso, Alejandro Urdapilleta, María Alche. Guión: Lucrecia Martel y Alejandro Domenech. Fotografía: Felix Monti. Música: Andrés Gerszenzon. Nacionalidad: Argentina, 2004.

Con apenas dos películas (su aclamada ópera prima La ciénaga y ésta que ahora nos llega), Lucrecia Martel ha logrado ya lo que muchos cineastas ansían durante años, a veces sin acabar nunca de conseguir: abocetar un “corpus” autoral reconocible, un universo propio, tanto en contenido como en forma, una voz y una mirada tan definidas que resulten difíciles de asociar a cualquier otro director que no sea ella misma. Con La niña santa, la argentina vuelve a la deslumbrante coralidad de su anterior cinta, si bien esta vez el humor (surreal, casi buñueliano por momentos) campa indecente en una trama mucho más milimétrica y, a medida que avanza implacable, también dotada de una mayor capacidad de angustia; sensación a la cual contribuye, cómo no, su meditadísima puesta en escena (algo, todo hay que decirlo, poco frecuente en el cine latinoamericano), encaminada a sacar el máximo provecho a los abundantes interiores presentes en un relato aún más protéico que La ciénaga, y que termina sustituyendo la agorafobia de aquella, por una claustrofobia preñada de misticismo bizarro, sátira social, concupiscencia y nervios a flor de piel.
La película sorprende, sobre todo, al no despeñarse por ninguno de los precipicios por cuyos bordes Martel parece disfrutar jugueteando: esos tonos dramáticos poco menos que irreconciliables (desde el disparate a lo macabro, pasando incluso por cierto candor), los cuales no dejan de mutar y aparearse entre sí, esa ausencia total de música, unida a un acertadísimo uso de los sonidos diegéticos, ese gozoso descaro a la hora de plantear meandros argumentales... Propuesta arriesgada, que busca con valentía erigirse en excepción, La niña santa ofrece a la postre dos de las mejores cosas que se le pueden pedir a una película: que se disfrute durante su visionado, y que, transcurrido cierto tiempo, su contenido siga vivo, reverberando en la memoria.

Lo mejor: que se trate (sólo) del segundo largometraje de una directora con tan excelente futuro.
Lo peor: alguna que otra interpretación.
Para todo tipo de cinéfilos.

Antonio TRASHORRAS

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